Hay algo que pasó, que creo “nos pasó”, en el encuentro de ayer. Los chicos que hicieron la puesta del circo, contaban que hacía meses que venían sin poder actuar en público. Meses sin poder hacer presentes sus cuerpos en la escena. Y, lo hacen ahí. En la vereda del barrio. Ese sentir, quizás, nos atravesó a muchos. El no poder estar presentes en la escena, de otra manera que no sea la que se podía desplegar desde el encierro. El no poder estar, en ese tiempo y espacio otro, en el que, una voz o un cuerpo, al tiempo que sostiene la narración, se encuentra con la mirada sensible del otro, con su risa, con su perplejidad, con su saber y su no saber. Ese no poder, ayer, quedó en “suspenso” y se crearon condiciones para que otra puesta, suceda.
Quizás por eso, conmueven tanto estos encuentros. Porque nos devuelven algo de esa experiencia, que se teje con otros, en la escena de lo público, reinventando mundos o renovando ese mundo común que nos pertenece, desde siempre.
Y, entonces, el gesto antiguo de dibujar una rayuela, sobre las vereditas de la infancia, deviene apertura de infinitas variaciones que hacen del barrio, el mismo; y, otro, a la vez. Alguien dispone unos objetos preciados sobre una mesita. O inventa figuras con pedacitos de papel. O en pequeños sobrecitos resguarda mezclas azarosas de yuyitos contra el olvido. O, compone una obra de arte, con esquejes y botellitas, que se colocan en serie, sobre el borde de una ventana, al resguardo del viento. O trae pedacitos de río, en una puesta también otra. O muestra cómo se hace un barrilete, O narra historias a través de barcos y colectivos construidos a escala.
Historias de barrio, sí. Historias de barrio que van pariendo mundos. Otros mundos, quizás. Esos, que hacen sitio, a todos los mundos posibles. Se ve también de lejos, en la esquina de enfrente, al vecino marquetero, que saca a la vereda su mesa de trabajo y, mientras golpea con el martillo un clavo para poder unir las partes de un marco despliega los saberes de su oficio. No faltó al encuentro, la vecina, que reinventa el ritual del veredear.
Ya no escucha bien pero su mirada atenta, registra todo lo que pasa. Es más, parece asistir a la escena, como si estuviese sentada en la primera fila del teatro. Y es que, la esquina de la cuadra, se ha transformado en uno. Artistas y vecinos leen poemas, cantan, actúan, cuentan historias con las poéticas de sus cuerpos, despliegan saberes que vienen diciéndose desde hace mucho, hacen pequeños homenajes a los ausentes también presentes entre las hebras del poema, e insisten en hacer, lo que saben y lo que no saben hacer, simplemente para aprender a hacerlo o para reeditar el gesto, que otros hicieron antes, con ellos.
Historias de barrio, sí. Simples historias que hacen presente, lo que hasta hace muy poquito, estaba ausente. Es quizás por eso, que ayer, el gesto de leer, cantar, actuar, narrar, poetizar, ya no fue de uno, o de otro, fue de todos. Si algo de esto pasó, “nos pasó”, nuestro poema, no puede ser tan malo, no?
– @mariapaulaolivieri
Me sobrevuelan retazos: las guirnaldas que conectan puntos de la calle, la señora de la esquina espiando detras de la reja de su puerta, el Pepa cuidandose la voz para la actuación por venir, Juan Carlos haciendo todos los esfuerzos por remontar un barrilete en la calle, Marga y sus amigas ensayando coreografias a la vuelta de la esquina, la poesia en los frasquitos de Nazaret, Vicente resplandeciente en la bici, la cola para leer poesia, Sol regalando frases de la fortuna cuan oráculo para el próximo año (aún sigo pensando en su mensaje), los yuyos de Elisa, bruja sabia que nos hace ahumar para sanar, Paula dulce observadora haciendo bailar ritual de fin de año, Cristi trayendo el rio al asfalto, Enzo y Guille conectando complices cables y sonidos, Manón paciente a los pedidos, las bombas de semillas, las plantas en espera de nuevos cuidadores, la Flaca ocupándose de todo y todxs, Raquel reina anfotriona y vecina.
Son más los retazos y las personas. Esa necesidad del encuentro.
– @virginiadilda